sábado, septiembre 30, 2006

Otros predios

Bruno Marcos
Me interné por los predios euskaldunes y me sorprendió comprobar que allí también es todo igual. Una especie de diseño universal homologa el planeta, hace a todo territorio igual al precedente. Sólo destaca allí esa coletilla traductora, como una nube innecesaria, que pende de cada nombre, de cada letrero, como si, en cualquier momento fuera a bajar un leñador del caserío y a agradecerles íntimamente que tradujeran el nombre de calle por kalea o cosas así.
Yo les entiendo, a mí también me tira una nostalgia absurda del monte, del caserío en el que nunca viví y del que jamás debería haber bajado.
Con qué gracia ruda y simplona me preguntan los alumnos que si no vamos a hacer nunca cosas, que si sólo voy a hablar yo y ellos copiar. Platican con la misma entonación que ponía yo para contar aquel chiste de dos vascos en un examen de matemáticas en el que uno le dice al otro: “¿Cuánto te da Txomin? –Infinito-. Poco ¿no?...”
No sé de qué manera –omitiendo coletillas- me planté ante esa fotografía de Andrés Serrano en la que aparece la perturbadora anciana desnuda y fumando. Tiene 4 o 5 obras verdaderamente impactantes, buenas, pero otras muchas redundan en escandalizar a quién se deja, es decir a católicos, yanquis, judíos... a los que sabe que no le van a hacer nada. Me pregunto por qué no preparó una fotografía para este sitio en la que un hombre con una txapela gigante moviese los hilos de un trajeado político o clavase alfileres en un chuletón con la forma de España.
Esta gente en su deriva sueña con ser otro Madrid, se ve en su tele. Ayer salía un escándalo futbolístico en el que acusan a sus desconocidos jugadores euskalerríos de salir de juerga y jugar mal, lo mismito que oí de los galácticos.
El caso es que ese museo -que es menos de la cuarta parte de nuestro Ovni- cobra cuatro y medio euros por entrar. ¡Ay, qué sería de nuestro Ovni si cobrase entrada como mandan las directivas europeas! Proporcionalmente más de 16 euros. No se podrían exhibir esas cifras de visitantes, estaría como este museo, vacío, como debe ser.
Lópezlópez tenía tarifa reducida por parado, que debe ser el único en estos predios de tasa de desempleo cero. Aun así le creyeron de palabra, sin mediar tarjeta ni acreditación.
A la salida, entre los universales bloques de viviendas, una cierta intranquilidad me sobrecogió. Circulando como un topo en plena noche engarzaba una calles con otras a lo loco y sin saber cómo me encaucé fuera del predio y entonces tuve una sensación muy rara, quería volver a casa cuanto antes y resultaba que sentía lo que es mi exilio como mi casa. En qué poco tiempo -pensé –se adapta uno, y cuántos peligros tiene esta situación: Engancharse a la huida constante, a la duplicación, a la soledad, a esa deplorable libertad de la deslocalización del yo, a la excusa permanente para estar ausente de todos sitios...

viernes, septiembre 29, 2006

El Sport del costumbrismo















Bruno Marcos
La poca perspectiva con la que vivimos nuestro presente debe ser la causante del sonrojo que nos provoca vernos en algunas fotografías pasadas. Sin embargo hay otras que nos encantan, son esas en las que se implanta un algo clasicista, algo eterno, algo que eclipsa a lo fugaz, que lo deja en su proporción justa.
¿Acaso vivimos consagrados a la moda, a lo pasajero, de una forma tan tenaz que confundimos modernidad con costumbrismo? ¡Qué ridículas parecerán nuestras vanguardias artísticas, las citas del pensador del momento, las novedades informáticas, los giros lingüísticos! Tal vez se constituyan en una arqueología de lo cursi que mueva a la risa a otros cursis del futuro.
La diferencia es que antes las costumbres las dictaba la tradición, la escasez de novedades hacía que su éxito se asentase lentamente hasta disfrazarse de verdades originarias.
Decía César González Ruano de aquella chica en los años 20 que estaba dedicada al sport en lugar de al deporte. ¿Cuántas expresiones así nos harán avergonzar años después?
Como si esa cursilería fuera patrimonio de quien la vive a veces la dilapidamos y practicamos ese sport del costumbrismo que es aborrecible cuando se enmascara de modernidad. El costumbrismo es interesante cuando se muestra documental, cuando en él arañamos lo esencial que perdura, las pequeñas cosas, cuando es tan clásico como lo clásico, por ejemplo Jántipa, la mujer de Sócrates, cuando le arroja una sandalia por irse a filosofar con sus amigos en lugar de ganar algún dinero.
Lo decía Habermas, lo verdaderamente clásico es aquello que un día fue auténticamente moderno.

domingo, septiembre 24, 2006

Todo igual

Bruno Marcos
Sigo surcando la carretera mientras cada cual seguirá de su corazón a sus asuntos. Ensayo nuevamente a dibujar paisaje con palabras mentalmente. Al acercarse a nuestra tierra una aire de abandono, de soledad natural impera, libre de industria. Realmente la industrialización es la cosa más fea que le ha pasado al mundo. Las tierras aparecen en barbecho rizadas por un arado disciplinado y geométrico bajo un cielo altísimo con unas nubes comparables al propio mar. Nadie repara en esas nubes. Cuando vas por la llanura en otoño hay unos paisajes de nubes impresionantes. Varias veces he pensado en parar a descansar no en esas estaciones de servicio homologadas a sí mismas sino en uno de esos pueblecitos que parecen un saco de trigo olvidado y reventado al sol. Lo que ocurre es que cuando me he internado en alguno de ellos siempre había una o dos cancelas que mostraban un ojo viejo e inquisitivamente terrorífico. Me dio por pensar que si me adentraba en uno esa vigilancia me obligaría a avanzar hasta salir de entre las casas y decaer sin remedio en la pared del cementerio.
Una vez aquí me doy cuenta de que todo es extrañamente igual, el exilio y mi casa.
Me cuentan que una humorista cochambrosa ha sido contratada para explicar los cuadros del ovni por sus salas cebándose con v., diciendo que él –se ve en sus cuadros- es un defensor acérrimo de la faja femenina. No es justo, ni siquiera gracioso. Cuenta Suetonio que Calígula no fue del todo malo para el pueblo en sus comienzos y que al final le preguntaba a un caballo las cosas de estado. Tal vez ni Calígula ni el piloto del ovni debieron haber accedido nunca a su cargo.

domingo, septiembre 17, 2006

Deportado

Bruno Marcos
Haciendo la maleta me han venido recuerdos confusos, mezclados: Los agitados embarques veraniegos hacia el pueblo, la mudanza definitiva desde la ciudad de cuento de hadas que albergaba en su corazón la violencia, o las idas y venidas a la ciudad de la rana en la calavera.
Más allá del inconveniente real creo que retumba en mí ese sentimiento de deportado, el miedo a ese despertar solitario en el que te preguntas ¿qué hago yo aquí?
Gustavo ha prometido visitarme apenas me haya instalado. El destino quiere que este exilio esté al lado de su casa. Hace casi 13 años de que vivimos juntos. Seguramente no somos ya los de antes. ¿Qué haremos en ese encuentro?¿Pisaremos las calles de esa ciudad desconocida como los muchachos de entonces? Hará aparición esa nostalgia alegre y heroizante. La nostalgia surge porque el presente es decididamente insuficiente, porque no da lo que esperamos, porque no tiene intensidad. Acaso sea este totalmente una derrota, el de mañana, el de pasado mañana, pero no el del viernes en el que vuelva a coger entre mis brazos a Darío.
Un poco a la ligera le dije hace tiempo a un alumno que uno es de donde tiene amigos. Mañana estaré en una ciudad en la que no tengo ni un amigo. Mañana estaré a la suerte únicamente de las leyes de la convivencia humana, como decía Audrey Hepburn de Desayuno con diamantes, salvado por la cortesía de los desconocidos.
En uno de los dos días en los que pasé por mi destino como una exhalación vislumbré una calle deprimente, arruinada y sucia, nada más cruzar el Ebro y me acordé de Gustavo. Era igual a aquellas de Estambul, como las que recorrimos juntos hace 2 años, cuando un torrente bajado del cielo casi nos ahoga en las mismas puertas de Santa Sofía. Él reaccionó como suele en las situaciones de emergencia, con ese mimetismo suyo súbitamente serio se acopló de espaldas a un inmenso árbol que hay en los jardines de la basílica. Yo, como notaba caer encima todo el árbol propuse huir a buscar otro refugio y, de pronto, en medio de la calle desolada, cayendo un río de agua desde las nubes negras, me di cuenta de que podía llevárseme la corriente hasta el Bósforo. Sentí lo que se debe padecer en las catástrofes, nada de ese heroísmo y solidaridad de la que hablan. Quitándome el río de los ojos divisé el refugio de unas cabinas telefónicas, cuando me aproximé las comprobé repletas, turistas apiñados -una babel acuática- que, secos, me miraban con unos ojos en los que se cruzaban la mala conciencia, el pavor y el egoísmo. Tal vez hay algo de esa mirada en la gente que me ve partir, es natural.
Es muy triste sentirse deportado, otra vez desdoblado, un poco extranjero en dos sitios, le pasa a tanta gente, incluso en circunstancias infinitamente peores. Por lo menos esta vez no soy un niño.

sábado, septiembre 16, 2006

Mi tío Diógenes

Bruno Marcos
Tenía, y tiene, el aspecto de un partisano, delgado, con las sobras de algunos trajes clásicos, oscuros, la boina ladeada y los rizos morenos asomando por debajo. Los ojos abichados y una sonrisa entre pícara y terrorífica que los años de Diógenes le han tornado desdentada.
Fue el ensayo de mi abuelo, hacer una persona con todo lo que a él le había gustado más, los fragmentos de su vida que le proporcionaron más placer y que seguramente magnificó: cazar y vivir sin dar explicaciones.
Yo no sé si en todas la familias hay uno o varios diógenes, no sé si mi tío era, y es, talmente un diógenes u otra cosa, la mayoría dirá que un loco. Quizás hace 100 años fuera tan sólo un hombre de campo más, un poco raro. Los guardas no se cansan de multarlo por ser un hombre libre que caza liebres con galgos cuando le apetece, se ceban con él, alguien debería darles un susto, tal vez él algún día lo haga. Ni corto ni perezoso se ha mostrado ante los jueces tal y como es, llevando una cuerda de esparto por cinturón y una elegancia genética arcana.Cuando de pequeño me mostraba caprichoso me tildaban con su nombre pero hasta su nombre es bello, Eliseo, Lise.
Se iba por la mañana y aparecía en el ocaso envuelto por sus galgos. En una ocasión estábamos mi hermana y yo tirándonos desde el pajar sobre un montón de hierba y al oírle nos acurrucamos entre el heno. Luego sonó el portón y lentamente cada uno de los peldaños de la escalera fabricada con ramas retorcidas. Por el agujero asomó su boina negra y polvorienta y después su cara. Sus ojillos oblicuos me descubrieron y lejos de amonestarme me sonrió.
Recuerdo que, cuando el día estaba ya vencido, en un cobertizo, le entregaba una liebre a mi abuela quien, a la luz de una bombilla, la colgaba de una pata al gancho de una viga. Lentamente ella tiraba de su piel hacia abajo hasta sacarla de una pieza quedando la criatura desnuda de pelo y piel y roja. Lo vería muchas veces mientras jugueteaba sacando y metiendo las navajas que él dejaba en los huecos de la pared, pero lo recuerdo como si sólo lo hubiera visto una vez.

miércoles, septiembre 13, 2006

Roadmovie

Bruno Marcos
El interior del coche es el lugar actual de la introspección. Una de las experiencias más zen de nuestros días es cruzar el campo deslizándose en soledad sobre una autopista.
Ayer maté a un pájaro, es la segunda criatura de dios que asesino en menos de una semana. Estaba comenzando a describirme a mí mismo, con palabras, mentalmente, el paisaje. La línea del horizonte huía al mismo ritmo al que yo me desplazaba y la neblina del amanecer cargaba de vapor las últimas arboledas para reblandecer mi mirada, entonces pensé en por qué busco ahora así la naturaleza si nunca he vivido en ella, por qué busco una casa en un paraje ignoto como si tuviera dinero y tiempo para ello... Y en aquel momento me acordé de que mi padre, hace menos de una semana, volvió a insistir en su descrédito de la naturaleza. Estábamos sentados frente a un álamo de al menos 100 años y dijo: “Qué absurdo este árbol, aquí, un día tras otro, para qué...” Yo le contesté que el problema estaba en que él personalizaba lo inhumano, pensaba en el árbol como si fuera una persona... pero me callé al instante, porque yo también participo a veces de ese pesimismo por el cual me entristece ver todo ahí, sin cambio, además uno deduce que si el mundo sigue así de igual a sí mismo nosotros le importamos poco, que el sol va a salir del mismo modo estemos nosotros o no.
El caso es que aparecieron tres pájaros pequeños, pardos, de ala corta. Desde las tierras entraron en el espacio aéreo de la autopista. Dos de ellos prosiguieron elevando el vuelo pero el tercero hizo una pequeña pirueta sobre su propia espalda subiendo muy poco, como si quisiera volver a los sembrados y, en ese momento, oí un golpe sobre el cristal, muy pequeño, y vi un punto rojo de sangre. Sin lugar a dudas debió costarle la vida ese azar, si yo hubiera pasado un centímetro después o si él se hubiera elevado un poco más seguiría revoloteando por ahí.
Cuando llegué al final de mi autopista, a mi exilio, una arquitectura infame, una mazmorra de hormigón me acogió. A la sala donde nos reuníamos se le acababa la pared y asomaba una torre de legajos y un poco más allá otra torre con más legajos. Comenzó a llover sobre el tejado y entonces miré hacia el techo y contemplé que se mostraba desnudo con algunas claraboyas como parches de luz. De puro horrible el sitio me empezó a fascinar, era borgiano, absurdo, una arquitectura salvaje, descontrolada, sin licencia, obra de un perturbado. Luego miré en derredor y comprobé que todos los claustros del mundo son iguales, que todas las personas del mundo estamos repetidas y toda esa gente a la que jamás había visto me parecían personas conocidas. ¿Dónde queda el muchacho al que todo lo nuevo impresionaba?¿El muchacho que al pasar por los lugares sufría pensando en el anonimato de cada ser viviente?
Bajamos a otra mazmorra aun más deprimente y allí quedé encargado de enseñar a hacer arte el próximo curso, todo un lujo en las cloacas. Torpemente, con poco fruto, expliqué que mis prioridades eran sentimentales y no profesionales, que aún tenía el calor de mi bebé en los brazos y que no volvería por allí hasta que fuera estrictamente obligatorio.

*Fotografía Juan Carlos Carbajo

lunes, septiembre 11, 2006

Diógenes de Sínope

Bruno Marcos
De todas las barbaridades que hizo Diógenes destaca para mí la de masturbarse en medio del ágora exclamando que ojalá pudiera librarse así del hambre, frotándose el estómago.
Lo cuenta Diógenes Laercio y uno no puede dejar de preguntarse por qué entra Diógenes de Sínope en la nómina de los filósofos más famosos. Todo lo que dice y hace se reduce a improperios, obviedades, desplantes, extravagancias y demás.
Después de luchar tanto los griegos por vivir en comunidad, por pensar la polis como un lugar de justicia, sale uno que dice que es mejor vivir como los animales. Los cínicos parece que eran todos hijos de aristócratas adinerados lo que me hace sospechar que tal vez eran simplemente unos niñatos malcriados poco amantes del trabajo, la higiene y la cortesía. Algunos de sus actos son perfectamente iguales a algunas microacciones de artistas contemporáneos, meras performances. Mucho se debieron reír de Diógenes en su tiempo como se ríen ahora de los artistas contemporáneos.
Pero lo que plantea Diógenes de Sínope masturbándose en el ágora a plena luz del día es más que un dilema moral una cuestión técnica, a saber, si se le permite vivir en la polis, por las calles, como mucho en un barril, técnicamente Diógenes queda privado de privacidad, sin propiedad privada no hay intimidad. Realmente lo que predicaba con los hechos es que la polis habría de ser un sitio puramente público.

martes, septiembre 05, 2006

Habibi y el oráculo

Bruno Marcos
Con el cochecito del bebé ruedo por la ciudad como cuando era pequeño y no paraba en casa. Voy recayendo en la terraza de Habibi. Al otro extremo, desde la mesa, observo que está sentado el oráculo. Revisa un texto, 4 o 5 folios, sujetados por una grapa en la esquina superior izquierda. Pasa las hojas pero no parece leer con convicción, como si los ojos se le fueran por encima de las gafas. La verdad que la tarde no está como para literaturas, más de 35 grados a la sombra y toda la algarabía de la vida que araña los últimos días tórridos de septiembre para tomar la calle.
El oráculo vuelve a sus 5 folios y vuelve a distraerse, dicen que está escribiendo el primer tomo de sus memorias que recogen exclusivamente su infancia. Su mujer, al lado, contempla a los chiquillos. Recuerdo que cuando le conocí le informé de que estaba estudiando Bellas Artes y me comentó que él tal vez, si hubiera tenido la posibilidad, lo habría hecho también, pero meditó, y al instante, se desdijo añadiendo que lo cierto es que él siempre había tenido una vocación por la poesía muy clara, desde muy niño. Más tarde, como broma, me contó que asistiendo a una inauguración y estando frente a las esculturas su mujer le preguntó que dónde empezaba la muestra. Añadió que él no consideraba arte aquello donde no se veía la mano del hombre. A mí, por entonces, con 20 años o así, esas disquisiciones me traían al fresco, sólo quería estar, por unos momentos, con un poeta de verdad, de aquellos que estaban en los libros, de aquellos que sólo existen a través de las mentes de poetas de 20 años.
Sale Habibi y se sienta en una silla huérfana. Me han filtrado que fue un espía argelino al que su gobierno le protegió con este exilio dorado como hostelero de éxito. Cada vez está trayendo a más gente de allí para trabajar con él. Ahora aparece una muchacha de unos 19 años con una maleta que desliza ruidosamente sobre dos rueditas. Habibi se levanta y le da muchos abrazos.
De entre todas las mesas destaca la copa de vino tinto de el oráculo, todos piden té, helados o batidos, acaso vino blanco, no me extraña que el oráculo se encuentre casi siempre mal, con estas temperaturas el vino tinto es matador. Sin acabarlo se levanta y se va. A unos pocos metros su mujer le sigue. Yo pienso en el saco de palabras negras que se van con él. A toda la angustia de existir sus poesías le han puesto belleza pero no nos ha dado nada más para sobrellevarla, ninguna idea o mentira, quizá la propia mentira de la belleza debería bastarnos o la nitidez de la angustia. Por eso, después de haberme gustado tanto su poesía, hoy me siento más cercano de Habibi, porque yo he sido un gran soñador también y Habibi, como todos los árabes, se sienta a la puerta de su negocio y parece que el mundo entero pasase delante de él, y es cierto, es lo mismo que ocurre con los comerciantes de Khan el KHalili de El Cairo, uno piensa que qué pequeña es su vida, en apenas 100 netros cuadrados de la mañana a la noche, pero, ¿acaso no es verdad que todo el mundo pasa delante de su establecimiento, no es verdad que españoles, italianos, filandeses, japoneses y un sinfín de nacionalidades peregrinan hasta allí, hasta su puerta?

viernes, septiembre 01, 2006

Diógenes melancólico

Bruno Marcos
Como él no sabe lo que son las metáforas mira directamente hacia la luz, sin miedo a cegarse fija sus ojitos azules en la claridad. Después de 9 meses en la oscuridad se siente atraído por la luz solar o por la incandescencia de una lámpara. Intento evitar que se deslumbre pero de alguna manera me enorgullece esa valentía, me reconozco en ella. ¿Qué es la luz? Se preguntará en un pensamiento sin lenguaje.
A veces son las sombras lo que le cautiva, ese contraste le encandila durante algunos minutos y otras veces es el simple techo, los techos de la casa son su cielo.
Ayer, como un Diógenes cualquiera, me quedé durmiendo en el sofá y luego me dijeron que pasó por la puerta de mi casa todo el cortejo fastuoso de la vuelta ciclista: la serpiente multicolor, las sonoras sirenas, los centauros motorizados, las libélulas mecánicas... Si se hubieran parado en mi portal y, como Alejandro, me hubieran concedido un deseo yo habría pedido que me dejaran seguir durmiendo.
Los días remolonean pisándose la cola unos a otros. Todavía la edad de Darío se mide con días. En una película de ayer un canalla motejaba a un chico como el muchacho melancólico, quizá sea eso, ser como yo una enfermedad, un melancólico, una melancolía.
Mientras ello mira hacia la luz con un gesto lleno de una inteligencia melancólica. Espero que no le ocurra como a Alejandro Sawa. Cuenta Rubén Darío que meses antes de expirar escribió tanteando, a pedido de un periodista que le visitara, esta frase: «Recuerdo de un hombre cuyas pupilas quedaron abrasadas por su afán de mirar fijamente a lo infinito.»